domingo, 26 de septiembre de 2010

escóndete. destápate.


Entonces están aquellos que esconden sus secretos de por vida, aquellos que les duele sincerarse y crean subterfugios para tapar sus confesiones.

El amor es claro, es evidente y cuando intentamos ocultarlo, se rebela y sale hasta por los poros de nuestra piel, no importa que; y así, enterándose aquellos de quienes temiamos una opinión contraria a nuestros sentimientos.

Mi intuición me dice que debo decirle, que no hay mejor manera de vivir que transparentándose uno mismo y viviendo como santos en túnicas blancas, libres de culpa.

Fuimos infieles, mentimos, fornicamos y que se hace ahora luego que el daño está hecho, la única respuesta que se me ocurre es tirar las cartas sobre la mesa, listos para perder porque sabemos que la mano de los demás es mejor, al menos esta vez.

Y luego vivir a partir de ahí, cambiar como personas para el mundo y caminar a partir de nuestra última huella y no borrarla como si nunca hubiesemos pisado allí.


Sonríeme.


La belleza de la sonrisa de quienes acompañan y forman parte de nuestro día ilumina la vida y reinvindican todas las peripecias, las bajas del juego de la afanada diversión.

Cuando una niña pequeña en la iglesia se da la vuelta y sonríe en tu dirección sin malicia alguna, cuando la señora mayor de edad que se sienta a tu lado en el autobús te sonríe buscando la calidez de la juventud, cuando el mayordomo más que por obligación, por el simple gusto de servir, te sonríe, en esos momentos el mundo deja de ser frío, se convierte en un lugar habitable y feliz. Quizás no con ponys, arcoiris, y unicornios como en los cuentos de hadas pero sí con los rayos de luz que destellan sobre los colores radiantes de una naturaleza viva, que aunque en decadencia, no se da por vencida porque es de esas sonrisas que se alimenta.